Tiempo Per anual u Ordinario

Sigue el Misterio Pascual

Al concluir con el presente capítulo el estudio del Año Litúrgico, es bueno tener presente que nos moveremos siempre dentro del Misterio salvador de Cristo: De Su Encarnación y Nacimiento, Muerte, Resurrección, Ascensión a los cielos, bajo la acción vivificadora del Espíritu Santo y a la expectativa de la dichosa esperanza y Venida del Señor (CLV n. 102)

Suprimidos por el Vaticano II el “Tiempo de Epifanía” y las tres semanas pre cuaresmales de “Septuagésima”, “Sexagésima” y “Quincuagésima”, el domingo después del 6 de enero (fiesta del Bautismo del Señor), se cierra el Tiempo de Navidad y comienza el nuevo Ciclo Temporal, denominado “Per annum” = Per anual u Ordinario.

Comprende dos Etapas:

  1. La primera: Precede inmediatamente a la Cuaresma (enero y febrero) y puede variar entre 6 y 9 semanas
  2. La segunda: Comienza el lunes de Pentecostés, para terminar en Adviento. En total, el Per anual comprende 33 ó 34 Semanas, y termina con la Solemnidad de Jesucristo Rey Universal. Cuando solamente son 33 semanas, se omite la que sigue a Pentecostés. Para un estudio más adecuado juntamos aquí ambas Etapas.

En todo este largo periodo de domingos y ferias “verdes”

Si bien no se celebra ningún aspecto peculiar del Misterio Pascual, como en los anteriores, abárcaselo en su plenitud, y en la nueva liturgia todavía más acentuadamente, gracias a haber sido enriquecidos con abundantes textos nuevos los domingos y las ferias.

Además, se insertan en ambas etapas del Per anual, solemnidad, fiestas y memorias cristológicas, marianas y de Santos, e incluso celebraciones votivas, rituales y circunstanciales, y por los difuntos; con ello la Liturgia pone a un en mayor relieve el Misterio glorioso de la Cruz, “por el cual hemos sido todos salvos y hechos libres”.

Obedeciendo siempre al Padre Celestial, Jesús aparece, a sus 30 años, en el Jordán para hacerse Bautizar por Juan el Precursor. Así inaugura su Vida Misionera. Litúrgicamente, éste es el jalón de una nueva alineación del Misterio de Cristo, siempre el  Misterio pascual y único, para el que “salió del Padre” y se hizo hombre y se desposó con la humanidad. Lo hemos dejado ya Resucitado, cumplida Su misión, y a la Iglesia administrando, bajo el Espíritu Paráclito, la Gracia Salvadora, producto de la Cruz. Esa es la Misión que a la Iglesia le incumbe, movida por  la gracia y la caridad del Espíritu Santo.

< 1a Etapa Per anual>.

Esta etapa puede cubrir entre enero y marzo, seis o nueve semanas pre cuaresmales. Una Misa y Oficio distintos hay para el lunes y para toda esta primera semana, y así sucesivamente para todas las siguientes. La Misa del primer lunes comienza así:

“En un trono excelso vi sentado a un Hombre, a quien adora muchedumbre de ángeles, que canta unísonamente: SU IMPERIO ES ETERNO.” <Siempre el tema pascual. Y en esta primera etapa celebramos a Cristo, Verbo de Dios, predicando su mensaje evangélico, reclutando Discípulos, haciendo Milagros, Catequizando a las turbas, lanzando demonios, inculcando la verdad a los incrédulos, asediado de adeptos y también por escribas y fariseos, orando en la soledad… Así inició y continuó el Señor su Obra, y la Iglesia la representa cultualmente semana tras semana y todo el año, en función salvífica.>

Cuarenta días de Cuaresma, otros cuarenta de apariciones y diez más hasta Pentecostés, fueron noventa días litúrgicos, celebrando y viviendo como actuales y eficaces las vicisitudes del Misterio Redentor, hasta su culminación.

< 2a  Etapa Per anual>.

Hasta el Vaticano II se llamaba litúrgicamente a esta temporada pos pentecostal: “Tiempo después de Pentecostés”. Formase mediante pequeños núcleos dominicales incoloros, mejor, multicolores, con formularios de Misas, primero de S. Gelasio y del Papa Vigilio en los siglos en los siglos V y VI, y por S. Gregorio Magno, y bajo distintas denominaciones relacionadas con Pentecostés. En el siglo VIII, al introducirse en el calendario, en este Ciclo algunas Fiestas de Santos principales, se comenzó a relacionarlas con las domínicas correspondientes. Así se resolvió romper la monotonía de estas largas series de semanas, subdividiéndolas y poniendo a los Santos como piedras miliarias en el nuevo cómputo semanal pos pentecostal.

< Domingos después>

de S. Juan Bautista, de S. Pedro y S. Pablo, de S. Lorenzo, de S. Cipriano y de S. Miguel; y hasta algunos, después de la Sma. Trinidad. Finalmente, en el llamado “Suplemento de Alcuíno”, de principios del siglo IX, aparecen ya en la liturgia Romana 6 domingos después de Epifanía (1a etapa Per anual) y 24 después de Pentecostés (2a etapa). Es decir, como se ha venido computando el “temporal Ordinario”, con sus formularios y múltiple significado ascético, místico, litúrgico y eclesial. Modelo de todo esto fue el famoso “Año litúrgico” de Dom Guéranger, inspirado en los liturgistas medievales (Cf. Dom P. Radó, Enchir, Liturg., II, p. 1776 ss. Herder 1961). Poco feliz el nuevo nombre de este periodo (per annum u “Ordinario”) aparece, en cambio, muy enriquecido.

<Un panorama nuevo>.

Antes. Como ahora, y siempre bajo la acción divina del Espíritu Santo, “Señor y Dador de vida”, la Iglesia prosigue su calendario litúrgico regando copiosamente con la Sangre del Cordero el campo inmenso de las almas, y fructificando. Pasado hemos ya veinte siglos de cristianismo, siglos de lucha y de martirios incesantes individuales y colectivos, de santidades ocultas y de Santos de Altar, de luces y de sombras.< Estas 34 semanas litúrgicas per anuales representan en esta historia salvadora todos los esfuerzos, tristezas y alegrías, siembras y cosechas, inviernos y primaveras, con todo el placer y el penar, el hacer y rehacer de la humanidad, en esta vida temporal y peregrinante de cara a la feliz eternidad. La unidad y variedad Pascual de esta áurea cadena de domingos y ferias “verdes”, con eslabones “blancos” y “rojos” de fiestas Cristológicas y Santorales, reconstruyen en el jardín de la Iglesia pedazos del “paraíso perdido” y retoños del “árbol de la Vida”>. Algo así sucede también, en este laborioso semestre, con las semillas y frutos del campo y con los afanes de la industria, laboratorios, y hasta con los apremios de profesores y estudiantes. En realidad es el que mejor representa el ajetreo y contrastes de la vida terrenal, en todas sus manifestaciones, cristianizados y pascualizados por la acción sobrenatural de las constantes celebraciones litúrgicas en nombre y por toda la humanidad.

<La “Palabra de Dios” per anual>.

Si rica fue sobre manera de esencias divinas la literatura de los Tiempos privilegiados o fuertes, la del Per anual es aun más abundante y variada. Sí, “Dios sigue hablando a Su pueblo, Cristo continúa anunciando el Evangelio, y el pueblo responde a Dios con el canto y la oración”. Las oraciones siguen subiendo al Cielo día y noche, en todo el mundo, las Misas Concelebrándose y todo con una riqueza textual nueva y muy para hoy. Lo mismo que en los demás Ciclos, en éste los domingos tienes tres lecturas, y dos las fiestas, memorias y ferias, y todas se completan con las del Oficio. Pero ahora los Oficios feriales tienen sus dos lecturas largas con sus R/R/ propios, y lecturas breves, muy variadas. Hay que agregar los textos de las Solemnidades, fiestas y circunstancias especiales. Y todo en perfecta concordancia litúrgica, doctrinal y piadosa, sabiamente adaptado a las necesidades del momento. Esta concordancia textual es una característica notable de toda la reforma litúrgica, mérito bien ganado por los artífices de la misma.

<La palabra de los hombres>.

A la Palabra de Dios acompaña e ilustra una literatura humana copiosa, muy variada y selecta, a menudo desconocida. Procede de documentos conciliares y del magisterio eclesiástico, de los Santos Padres y escritores sagrados, hagiógrafos y doctores de la Iglesia; no pocas veces de los mismos Santos y Santas festejados, y algunas de la Imitación de Cristo y hasta de la “Vida devota”. Citaremos, por curiosidad, los principales autores: San Clemente, Papa, S. Basilio, s. Atanasio, S. Ignacio de Antioquía, S. Fulgencio, Diádoco Faticense, S. Bernardo, Juan M. Napolitano, S. Juan Fisher, S. Hilario s. Atanasio, Anónimo del s. IV, Orígenes, S. Buenaventura, Sto. Tomás de Aquino, Abad Isaac, S. Efrén, S. Máximo, Los Santos Doctores Agustín, Jerónimo, Ambrosio y Gregorio Magno y otros conocidos; S. Columbano, S. Gregorio Agrigentino, s. Zenón Veronese, S. Doroteo, Balduino de Cantorbery. Los Papas Pío XI y XII, y Pablo VI, amén de las doctoras Santa Teresa de Avila y Catalina de Siena, y numerosos documentos vaticanos. Son notables las 70 Oraciones nuevas para los Laudes, Horas menores, Vísperas y Completas de las ferias per anuales (La Revista romana Ephemérides Liturgicae vol. 86, fasc. IV-VI, pág. 354, 1972, da un precioso estudio sobre ellas, de Dom J. Pinell) .

Pero antes, el 22 de febrero, señala el Calendario la festividad de la Cátedra del Apóstol San Pedro, que “ya se celebraba en Roma en el siglo IV, para poner de manifiesto la firmeza y unidad de la doctrina fundada en la persona del Apóstol” –anota la Liturgia de las Horas-. A esta festividad llamo yo aquí 2º Pentecostés.

En efecto, la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles, de este día (11, 1-18) habla de la conversión de los gentiles, los mismos que, en Epifanía se presentaron ya al “Rey de los judíos” recién nacido, para rendirle su homenaje. Aquí, es ya el Primer Papa, Pedro, quien, tras el éxtasis de Jafa, buscado “por tres hombres de Cesárea –relata él mismo-, el Espíritu me dijo que me fuera con ellos, sin dudar. Me acompañaron con otros seis hermanos y entramos en la casa de aquel hombre (Cornelio)”.

Y sigue el relato “El nos contó que había visto en su casa un ángel que le decía:

<<Manda a Jafa e invita a Simón Pedro a que venga; lo que te diga te traerá la salvación a ti y a tu familia>>.

En cuanto empecé a hablar, BAJO SOBRE ELLOS EL ESPERITU SANTO, igual que había bajado sobre nosotros al principio; me acordé de lo que había dicho el Señor: <<Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu  Santo>>. Pues si dios les ha dado a ellos el mismo don que a nosotros por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para oponerme a Dios?”.

“Con esto se calmaron y alabaron a Dios diciendo:

<<También a los GENTILES les ha otorgado Dios la conversión que lleva a la vida>>.

Comentando este hecho el papa S. León Magno, en la segunda lectura del día, dice:

“De todos se elige a Pedro, a quien pone Dios al frente de la misión universal de la Iglesia, de todos los Apóstoles y de todos los padres de la Iglesia; y, aunque en el Pueblo de Dios hay muchos sacerdotes y muchos pastores, a todos gobierna Pedro, aunque todos son regidos eminentemente por Cristo”.

Después de este 2º Pentecostés

Bien podemos los cristianos de hoy, tan zarandeados por el maligno, rezar con la Liturgia de este día:

< Dios Todopoderoso, no permitas que seamos perturbados por ningún peligro, TU que nos has afianzado sobre la ROCA de la Fe apostólica. Por Jesucristo Nuestro Señor>.

Abundando en este mismo espíritu la Conferencia Episcopal Española pidió a Roma, y le fue concedido, celebrar la fiesta de Cristo Sacerdote, para destacar cada vez más en  nuestros tiempos la imagen de Jesucristo y en particular como Eterno y Único Sacerdote de la Nueva Alianza, del que emana sacramentalmente el Sacerdocio Ministerial de los Presbíteros y el bautismal y común de los fieles. La fiesta ha sido fijada muy oportunamente el jueves siguiente al domingo de Pentecostés. Jesucristo Sacerdote es, pues, el sujeto y el objeto de esta nueva fiesta: Sacerdote El, no para sí mismo, sino para nosotros; Victima El, pero para sustituir al hombre pecador. Ha sido dotada de textos selectos, así para la Misa como para el Oficio. Mucho ha de servir para fomentar la confraternidad  Sacerdotal y su perseverancia, así como para realzar ante los fieles el ideal sublime del Sacerdocio y encarecer la necesidad de aprovechar su ministerio de salvación. ¿Y por qué no ha de servir también para provocar vocaciones para el sacerdocio?

Las 3 grandes solemnidades son:

<Santísima Trinidad,

<Corpus Christi (ahora del Cuerpo y Sangre de Cristo)

<Sagrado Corazón de Jesús.

I. Santísima Trinidad.

El de la Sma. Trinidad es el mayor de los misterios de la religión católica: UN solo DIOS verdadero y TRES divinas PERSONAS distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. A esta Trinidad Augusta van dirigidos, en último término, todos los actos del Culto y todo el Año litúrgico, y los  Sacramentos y Sacramentales y Ritos Sagrados. En el centro mismo del Calendario y como corolario del Misterio Pascual, viene esta Solemnidad especialmente consagrada a Ella, a modo de Doxología insigne y broche de oro del Tiempo Pascual, y a la vez preludio primaveral del Per anual Temporal y Santoral.

La devoción especial al Misterio Trinitario surgió sobre todo en las almas contemplativas y creció en los monasterios. Fue el monje Alcuíno quien compuso, en el s. VIII, una Misa votiva para satisfacer tal devoción. Lieja fue una de las primeras en convertirla en fiesta; Alejandro II (1061-1073) estuvo a punto de introducirla en la Iglesia Romana. Desistió alegando que la Sma. Trinidad era venerada litúrgicamente todos los días, y se pensó entonces en dedicarla, de modo especial, todos y cada uno de los domingos, como así se hizo y así se considera. Por eso se compuso el “Prefacio” propio de las Misa, siempre en uso, síntesis de la Doctrina Trinitaria, y se adosó a Prima el símbolo “Atanasiano” y se compuso un Oficio, musicalmente majestuoso y con textos teológicos invocando y distinguiendo esa Trinidad y Trinidad beatísima. El actual Oficio brinda tres himnos nuevos, pero ha suprimido el símbolo “Atanasiano”. En cambio, ha elevado a ocho de los “Prefacios” dominicales, reservando el primitivo para la solemnidad misma del día, dedicando uno a la creación, otro a la Iglesia, y con los restantes se va matizando diversamente el Misterio de Salvación.

II. Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo.

En realidad son todos los días fiestas continuas y en todo el mundo del Cuerpo y Sangre de Cristo, sacrificadas y participadas, como Alimento Espiritual, en todas las Misas, que son innumerables. El Misterio Eucarístico es la fuente, el centro y culmen de todo el culto, y de la religión toda. Es un Sol naciente y sin ocaso, en la Iglesia de Cristo. Nacido el jueves Santo, es el elemento imprescindible del calendario sagrado. Como fiesta especial la estableció el Papa Urbano IV, en 1264, recalcando la importancia capital de la Misa dominical, abandonada demasiado frecuentemente, y para desagravio universal de este abandono y menosprecio. Esto autorizaría a considerar la solemnidad del Corpus como fiesta “patronal” de la MISA y del Culto Eucarístico en su lugar propio tratamos del Culto externo Eucarístico recientemente Ritualizado.

III. Sacratísimo Corazón de Jesús.

La Eucaristía, Amor de los amores y admirable Sacramento, fue regalo divino del Corazón de Jesús a los hombres, sus redimidos. Fue la explosión final de Su Amor misericordioso e infinito a la humanidad. Ahí está sacrificado Su Corazón humano-divino, palpitante, rebosando Amor. ¿Cómo, pues, no habían ya de amarlo y venerarlo de modo especial los mismos Apóstoles y cristianos que lo conocieron, y a su ejemplo los cristianos de todos los tiempos y lugares? Sépase que, manifiestamente, corriendo los tiempos, se veneró el Sagrado Costado de Cristo y con él las demás llagas de Su santísima Humanidad; que se celebraron fiestas locales en Su honor; que doctores como San Anselmo, S. Bernardo y S. Buenaventura y místicas como Santa Gertrudis y Santa Mectildis, fueron creando con sus escritos del siglo XII al XIV, ambiente popular para una festividad más general. Sin embargo, hubo que esperar a Santa Margarita María Alacoque, en el siglo XVII, y a las comunicaciones del mismo Señor con ella y a las gestiones de S. Juan Eudes, para establecer, en 1680, una fiesta particular y oficio litúrgico propio. Fue una fiesta de carácter expiatorio, teológicamente y por mucho tiempo resistida. Clemente XIII la aprobó en 1765; Pío IX la extendió, en 1856, a toda la cristiandad, y León XIII la elevó de rango y mandó consagrar el género humano al Sagrado Corazón, cerrando con ello el siglo XIX. Dicha consagración la hizo anual S. Pío X; Pío XI dotó la fiesta de una octava y oficio nuevo, y Pío XII reafirmó todo lo de sus predecesores. El Vaticano II ha confirmado la solemnidad, ya tradicional, con lo que litúrgica y definitivamente queda ligada a los misterios de Cristo, de los cuales es síntesis y coronamiento. El nuevo Oficio ha sido abreviado y puesto muy al día, con una Oración-Colecta nueva y sustituido el himno “En ut superna” por “Jesu, auctor clementiae”, de Laudes. Total, una filigrana, como para ponderar aún más –nos advierte S. Pablo- “cuál es la anchura y la largura y la sublimidad y la hondura… de la Caridad de Cristo”. En el nuevo Oficio se destaca el interés máximo por una Iglesia sin mancha, inmaculada, tabernáculo del Altísimo, unidad y rebosante de caridad, esposa, como es, dilectísima de ese Divino Corazón.

Otras dos fiestas del Señor.

Corresponden también a este Tiempo Peranual, además de la Presentación del Señor, otras dos fiestas del Señor:

a) la Transfiguración

b) la Exaltación de la Santa Cruz.

a) La transfiguración

(6 de agosto) es el homenaje litúrgico a la sublime escena evangélica de S. Mateo (17, 1-19), en el monte Tabor. Jesús, Dios Hombre, deja reflejar en Su naturaleza humana algo de Su disimulada divinidad, para que Pedro, Juan y Santiago sean testigos presenciales, ante los demás Apóstoles, de lo que ven y oyen, de modo que al serlo luego también de Su Pasión, no se escandalicen demasiado y recobren su serenidad y la confianza absoluta en su Maestro. Por el momento,  no lo comprenden, y Pedro quiere acampar allí con aquel “Jesús transfigurado” y sus acompañantes de ultratumba, y también con el Padre celestial que, entre nubes, los ilumina y habla. Pero, no: aquello tan delicioso, no es todavía el cielo. Falta aún lidiar la gran batalla, en la tierra, que, para Jesús, está ya rugiendo, pues “va llegando Su hora”. Aquel episodio evangélico se convirtió, efectivamente, en lección, no ya tan sólo para los Apóstoles y discípulos inmediatos del Señor, sino para los cristianos de todos los tiempos. Es una lección misteriosa que la Iglesia evoca litúrgicamente para avivar la fe, la esperanza y la caridad teologales, y para acuciar las ansias del cielo de los que caminamos y luchamos, algo sumidos en tinieblas, sirviendo a Dios en la tierra. Nos anima sabernos hermanos de Jesús e hijos adoptivos del mismo Padre celestial, que atestiguó verbalmente en aquel momento ser Jesús Su Hijo amado y Maestro nuestro, “a Quien debemos escuchar”. Todos los textos de esta fiesta tan significativa son eco y lección de esta escena semi-celestial. Humano-divina como es también la “barquilla de Pedro”, que boga entre tormentas y bonanzas divinamente pilotada, no hay miedo que naufrague; pero ´si es forzoso presten oídos al “Ipsum audíte” del Tabor y a Aquel Maestro, Verbo y Verdad, los incrédulos y “contestatarios” de todos los tiempo. En cuanto a la fiesta misma, se sabe que fue celebrada en oriente y occidente desde muy antiguo, en fechas diferentes. En el rito hispano ya existía viviendo S. Isidoro. En occidente se generalizó en el siglo XI. En 1457, a raíz de la victoria de Belgrado, fue incorporada al calendario romano bajo el Papa Calixto III. Con el título de “San Salvador” fue y es titular de muchas iglesias y monasterios de fama histórica.

b) La exaltación de la Santa Cruz

es el 14 de setiembre. Acostumbrados a ver y venerar en la Santa Cruz el instrumento atroz de la muerte del divino Crucificado, y los clavos y las espinas y la sangre del Señor, la Iglesia exalta hoy ese martirio redentor entonando el glorioso “Vexilla Regis”, e invitándonos “a gloriarnos hoy en Quien fue el autor de nuestra vida, de nuestra salvación y nuestra resurrección”. Es pues, esta fiesta un acento agudo y agradecido al Misterio pascual que sigue vivificando todo el largo calendario litúrgico. La festividad empezó por serlo de la “Dedicación” de las iglesias del Santo Sepulcro y de la Resurrección, de Jerusalén, el 13 de setiembre de 335. El 14 del año siguiente se inauguró el culto especial al Lignum Crucis, hallado allí mismo, y fue aquel primer aniversario de la exhibición solemne de la Reliquia, desde un ambón alto, el que dio el nombre de Exaltación a la celebración de este día. A una de aquellas “exaltaciones” u ostensiones diz que asistió la famosa pecadora convertida Santa María Egipcíaca. La Reliquia fue hurtada y llevada a Persia por Cosroes (614), y recuperada y devuelta a Jerusalén por el emperador Heraclio (1187). Es la llamada “Vera Cruz”.

Presencia de la Virgen.

En el Santoral hemos dado a la Sma. Virgen el lugar de privilegio que le corresponde. Aquí en el Peranual su presencia es frecuente, bajo diferentes advocaciones, nimbada siempre por los resplandores pascuales de su Hijo y cortejada por los Santos. Fiestas suyas son aquí: la Anunciación (marzo 25), la Visitación (mayo 31), su Inmaculado Corazón (sábado siguiente al Sdo. C. de Jesús), el Carmen (julio 16), dedicación de Santa Mariá o las Nieves (agosto 5), asunción (agosto 15), María Reina (agosto 22), Natividad (setiembre 8), dolores (setiembre 15), Smo. Rosario (octubre 7), Presentación (noviembre 21). Y deben agregarse las conmemoraciones marianas sabatinas y las advocaciones particulares de todo el mundo. Nosotros mismos, los benedictinos solesmenses de Leyre, en Navarra, acabamos de ser agraciados con la advocación de “Madre de la Providencia” para nuestra imagen abacial.

A los interminables títulos de sus “Letanías lauretanas” añade la liturgia; Madre augusta del Salvador, Virgen si igual, Socorro de los débiles, Libertadora de los reos, Luz para los ciegos, Madre universal, Animadora de los pusilánimes, Llena de gracia, Portadora en su seno a Quien todo el orbe no puede sostener… Nadie, como el Papa Pablo VI, en su reciente

“Exhortación sobre el culto marial” (febrero 2, 1974), ha puesto tan de relieve “la estrecha y orgánica cohesión de la memoria de la Madre dentro del ciclo litúrgico anual de los misterios del hijo”. (n. 2).

Galería de Santos.

A pesar de la merma santoral del nuevo Calendario, una brillante galería de Santos y Santas acompaña a ambas etapas de este Tiempo Peranual. En la 1a, hay dos fiestas de segunda clase, 10 memorias obligatorias y 11 libres. En la 2a, otras 2 fiestas, 40 memorias obligatorias y 65 libres. Además: 2 Dedicaciones de basílicas romanas, las solemnidades de San Miguel y Todos los Ángeles, de Todos los santos y de los fieles Difuntos, más la fiesta de los Ángeles Custodios coronándolas todos la de Jesucristo, Rey Universal. Cuéntese, pues, además de estas solemnidades, 32 fiestas y 96 memorias. Teniendo en cuenta las 155 ferias “verdes” y las fiestas y memorias de los calendarios particulares, ciertamente resulta un calendario peranual rico y bien equilibrado.

Volvamos a los “domingos”.

Volvamos a ellos no para repetir lo que son y significan en la vida cristiana, sino para encarecer la importancia que recobra esta cadena áurea dominical, final del Año litúrgico. Sin insistir demasiado en que coinciden muchos con la primavera y el verano y el otoño (porque no sucede lo mismo en el hemisferio sur), recalquemos, sí, que estos domingos “verdes” nos van llevando pausadamente hacia el fin de los tiempos; que nos convierten, sin casi sentirlo, en peregrinos de algo seguro, cercano y desconocido; que suenan un poco a cansancio y envejecimiento que despiertan una expectativa misteriosa; que invitan, con su repetición, a una reflexión más onda, y a “redimir el tiempo, porque los días son malos”. Y llega un momento en que parece acercarse el fin del mundo, viendo luchar desesperadamente a los Macabeos, oyendo los vaticinios de Daniel y del Apocalipsis y leyendo la descripción evangélica, uno no sabe si de la destrucción material de Jerusalén, o de todo lo creado. Así, no es de extrañar que se recen y canten en la liturgia, ora textos de alegría y segura esperanza, ora de alarma y de temor, y hasta repetidamente versículos del “De profundis”, confesiones humildes, peticiones de perdón, clamores de misericordia. Predominan, sin embargo, las afirmaciones de fe, de acatamiento, de alabanza y gratitud a la Divina Majestad, terminando todo por aclamar y celebrar solemnemente a Cristo, Rey de Amor. Unos días más, y de nuevo, tras el Adviento “violeta”, este Rey “infante” aparecerá nimbado de luz en Belén.

Última semana del año litúrgico.

Asomándose ya el Peranual al Adviento con la doble espera del Niño de Belén y de la Parusía final, la liturgia de la última semana del calendario deja un poco del lado al Nacimiento temporal del Niño y de los mismos cristianos, para entreabrir las puertas del cielo, con sus delicias. Es un modo de reanimar la esperanza de los que luchan por conseguir la feliz eternidad. Ello se advierte más patentemente en el Oficio. En efecto, los primeros días, S. Pedro, en su segunda Carta, muestra el camino de salvación recorrido por los santos Profetas y por los Apóstoles y denuncia a los falsos profetas y pecadores obstinados; y termina S. judas Tadeo, el sábado, fustigando a los impíos y alentando a los buenos, flojos e indiferentes. San León Magno, S. Macario, S. Juan Crisóstomo y S. Cipriano refuerzan y encarecen la doctrina de los dos Apóstoles, exhortando a bien obrar, mientras es de día, a beber en la fuente de la verdad, a hacer del alma morada grata a la Divinidad, a ser oveja y no lobo, y pensar valientemente en la inmortalidad. Las mismas ideas recalcan los Responsorios, eco de la doctrina de esos Santos Padres.

Pero el sábado, para conclusión de la semana y del año cristiano y como haciéndose eco del comentario anterior de Santo Tomás sobre “la vida eterna y el Amén” del Símbolo de la Fe, San Agustín entona este canto lírico al ALELUYA:

“Aleluya –dice el Santo (Sermón 255)- es canto de peregrino, pues que vamos andando por entre asperezas hasta la tranquila Patria, donde cesando todas nuestras preocupaciones, sólo quedará el Aleluya”. “Sí, aún entre los peligros y tentaciones, cántese por nosotros y por otros: Aleluya, porque no seremos tentados más de nuestras fuerzas. Y una vez hecho espiritual nuestro cuerpo animal ¡oh qué feliz será y seguro el Aleluya! Allá arriba, alabando a Dios, y aquí también, pero con preocupaciones; aquí luchando, allí victoriosos; aquí esperando, allí poseyendo; aquí caminando, allí en la Patria. Por lo tanto, hermanos, cantemos, no para deleitarnos tranquilamente, sino para solaz durante trabajo, como suelen cantar los caminantes; canta, pero caminando, consolándote en el trabajo, adelantando en el bien, progresando en la fe recta, en las buenas costumbres: sí, canta ¡y adelante!”.

Y para estimular aún más este afán de progreso cantante, el Responsorio imita a San Agustín, y reza:

“Tus plazas ¡oh Jerusalén! Serán pavimentadas de oro puro para que se cante en ti un cántico alegre, y en todas tus ciudades cantes todos: Aleluya”.

Así es como cierra la Liturgia su ciclo anual. Mañana, los maitines lo abrirán de nuevo, cantando: “Al Rey que está por venir, adelantaos para adorarle”; pues será ya el ADVIENTE.

Pero hay una novedad. La conocida secuencia de difuntos “Dies illa, dies irae”, ha sido ahora aprovechada justamente, en tres secciones, como himno de maitines, laudes y vísperas, de esta última semana XXXIV, que S. Agustín termina con Aleluya. El cambio se debe a que originariamente dicha secuencia se rezaba el I domingo de Adviento, por aludir al juicio final.

Es un acierto haberla colocado en este último lugar y para uso ferial diario, ya que se la ha desplazado de las Misas de difuntos. El texto original se encuentra en un manuscrito del siglo XII (hacia 1170). Por lo mismo, no pude ser su autor, como se creyó, Tomas de Celano, muerto en 1260.

Ultimo Domingo del Año Litúrgico

Solemnidad de N. S. Jesucristo, Rey Universal

Todos los cristianos, y hasta todos los hombres podemos afirmar gozosamente con Isaías:

El Señor es nuestro Juez,

nuestro Perdonador (33,22-24).

Lo de Rey Cristo mismo lo afirmo

En el tribunal de Pilato

Aún sabiendo que lo iban a ejecutar

A las pocas horas:

<Rey soy, dijo rotundamente.>

Lo probó al tercer día, resucitando,

“destruyendo la muerte y restaurando la vida”

para todos, y finalmente instalándose

En el trono Real de la Gloria, por su propia virtud.

“Y su Reino no tendrá Fin”.

La fiesta fue instituida por Pio XI, el 11 de diciembre de 1925, Año Jubilar. Eran tiempo de subversiones, y en México de persecución religiosa. Esta provoco en los católicos valientes aclamaciones a “Cristo Rey” y exhibiciones publicas de crucifijos pectorales por las calles, por ciudadanos de todas las edades, sexo y condición. La Solemnidad, por mandato del mismo  Pio XI, termino en todas las Iglesia con la consagración  al Sagrado Corazón y las Letanías, ante el Santísimo Sacramento. El mismo lo doto de una Misa y Oficio, textual y musicalmente regios. Sabía bien Pio XI que la realeza de Jesucristo se proclamaba y celebraba a lo largo del todo el Año Litúrgico, en especial en Navidad y Epifanía, pero quiso establecer una Solemnidad especial, en la que “el objeto formal fuese el poder y la apelación regios de Cristo”, decía en su encíclica “Quas Prismas” lo coloco en el domingo anterior a todos los Santos. Ahora termina el Año Litúrgico y acentúa aun más fuertemente la idea papal de cerrar con ella no solamente el ciclo religioso anual, sino también

“El fin de todos los tiempos”.

Por lo mismo, corona toda la liturgia y proclama y exalta “la gloria de AQUEL que triunfa en todos los Santos y en todos los elegidos”.

Punto Final.

Que lo ponga, con su gran autoridad, San Pablo: “Hermanos: ninguno de vosotros vive para sí y nadie muere para sí. Porque si vivimos para el Señor vivimos, y si morimos para el Señor morimos; ya que vivamos o muramos, del Señor somos. Para esto precisamente murió Cristo y resucito, para ser Señor de vivos y de muertos” (Rom 14, 7-9)

Palabra de Dios verdaderamente reveladora y consoladora. No podía la iglesia asegurarnos mejor presente y futuro cristiano, ni cerrar nosotros ahora el Año Litúrgico, con mayor convencimiento de esta gran verdad. Criaturas de Dios como somos, hechos por Él y para su servicio y glorificación por los años de nuestra vida,

¿Qué más seguro gozo que saber que Cristo resucitado, vencedor de la muerte y Salvador Nuestro, es en la vida y será por toda la Eternidad el Señor Nuestro, y por lo tanto nosotros participantes seguros de su gloriosa resurrección?

Aquí radica, desde nuestro bautismo,  el misterio de nuestra existencia cristiana. Nacidos humanamente y cristianamente con Él, para ser El Nuestro Señor eternamente. Para eso subió al cielo.

“Para prepararnos allí un lugar”

<En la Casa del Padre, en la cual >

“hay multitud de mansiones”.

<Por dicha, nuestra vida terrenal desemboca en el infinito de aquella

vida de Dios.>

Un comentario en «Tiempo Per anual u Ordinario»

  • 25 mayo 2015 a las 3:08
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