Existe en Roma un documento que dice: Siendo la costumbre de los gobernadores romanos en tiempo de Tiberio César, el advertir al Senado y al pueblo, las cosas que ocurrían en sus provincias, Publio Léntulo, presidente de Judea, escribió la carta que sigue, relativa a Nuestro Señor:
«Ha aparecido en nuestros días, un hombre de gran virtud, llamado Jesucristo, que vive aún entre nosotros y es conocido por los gentiles como verdadero profeta; pero sus propios discípulos lo llaman Hijo de Dios; resucita a los muertos y cura toda clase de enfermedades. Es un hombre de estatura alta y hermosa, y de semblante muy venerable, tal que el que le mira puede amarle y temerle. Los cabellos son de color castaña muy madura, lisos hasta las orejas, más abajo son brillantes, rizados y flotan alrededor de sus espaldas. En medio de la cabeza tiene una partición en sus cabellos, según la moda de Nazareth. Su frente, nariz y boca, son de tal modo formadas, que nada puede tacharse; su barba, un poco poblada, de color parecido a sus cabellos, no muy larga, pero rizada; su aspecto inocente y serio, sus ojos grises, claros y vivos. Cuando reprende inspira miedo; cuando amonesta es cortés y elocuente; agradable en la conversación, al mismo tiempo que grave. Nadie recuerda haberlo visto reír, pero muchos le han visto llorar. En las proporciones, su cuerpo, sus manos y brazos, perfectos. En su hablar, muy templado, modesto y sabio. Por su singular belleza es un hombre superior a los hijos de los hombres».